
En un mundo que busca desesperadamente soluciones a la crisis climática, una pequeña nación sudamericana ha dado un salto de gigante, transformando su infraestructura energética de una manera tan radical como silenciosa. Uruguay, en menos de dos décadas, ha reescrito por completo su matriz de generación eléctrica, convirtiéndose en un faro de inspiración global.
La metamorfosis es asombrosa: el país ha pasado de una fuerte dependencia de los combustibles fósiles a un presente donde el 97% de su electricidad emana de fuentes renovables. Esta no es una hazaña menor. Es el resultado de una visión estratégica a largo plazo, materializada a través de una política de Estado que trascendió gobiernos y que fue impulsada por todos los partidos políticos. El objetivo era claro y triple: lograr soberanía energética, reducir los costos de generación para el consumidor y mitigar de forma drástica el impacto ambiental.
El corazón de esta revolución late al ritmo del viento y el agua. La energía eólica, prácticamente inexistente hace apenas quince años, hoy representa la segunda fuente de generación más importante del país. Se complementa a la perfección con la histórica fortaleza de Uruguay: sus centrales hidroeléctricas. Cuando el viento sopla con fuerza, se ahorra agua en las represas; cuando el viento amaina, las turbinas hidráulicas toman el relevo, garantizando un suministro estable y seguro. A este dúo dinámico se suman la biomasa y, de forma creciente, la energía solar, creando un sistema diversificado y resiliente.
Los números hablan por sí solos. En el año 2022, la generación total del Sistema Eléctrico Nacional (SEN) alcanzó los 12.083 GWh. De esta cifra, un impresionante 49% provino de la energía hidráulica, un 31% de la eólica, un 13% de la biomasa, un 3% de la solar y solo un marginal 4% de origen fósil, utilizado únicamente en situaciones puntuales de respaldo. Esta diversificación no solo es ecológica, sino también económica. Al minimizar la necesidad de importar petróleo para la generación eléctrica, Uruguay ha blindado su economía de la volatilidad de los precios internacionales del crudo, un factor que en el pasado generaba severas crisis.
El camino no fue casualidad, sino causalidad. La transformación se apoyó en un marco normativo y regulatorio robusto, diseñado para atraer inversiones y garantizar la seguridad jurídica. Un hito clave fue el marco regulatorio para la energía eólica, que a través de subastas competitivas logró atraer capital privado nacional e internacional, impulsando la instalación de parques eólicos en tiempo récord y a costos cada vez menores.
Hoy, Uruguay no solo satisface su demanda interna, sino que se ha posicionado como un exportador de energía a sus vecinos, Argentina y Brasil, generando ingresos y fortaleciendo la integración regional. La 'revolución silenciosa' uruguaya demuestra que la transición hacia un futuro energético limpio no es una utopía, sino una realidad tangible, alcanzable a través de la voluntad política, la inteligencia regulatoria y la inversión estratégica.
A favor
- Logro de soberanía energética al minimizar la dependencia de combustibles fósiles importados.
- Matriz eléctrica compuesta en un 97% por fuentes renovables, liderando a nivel mundial.
- Reducción y estabilización de los costos de la electricidad para los consumidores finales.
- Fuerte mitigación del impacto ambiental al reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero.
En contra
- Alta dependencia de fuentes variables como la energía eólica e hidráulica, sujetas a condiciones climáticas (viento y lluvias).
- La transformación requirió una significativa inversión inicial en infraestructura, aunque con retorno a largo plazo.